En el transcurso de la selección de datos y fuentes para escribir la biografía de Ernesto Anastasio me tropecé con numerosos personajes que en algún momento habían cruzado su vida con el capitán de la marina mercante, el sindicalista, el práctico, el abogado y el gran empresario que llegó a ser Anastasio. Uno de ellos, José Juan Dómine (Albacete 1869 – Valencia 1931), me ha dejado la insistente tentación de acometer su biografía, la de un médico que acabó siendo un emprendedor visionario, naviero, constructor de navíos, primer presidente de la Compañía Arrendataria del Monopolio de Petróleos (Campsa) y amigo entrañable de Ernesto Anastasio, con quien acometió las mayores empresas. El médico ponía el sueño y la ilusión; el marino, la templanza, el conocimiento y el rigor.
Otro personaje bien presente en la biografía de Anastasio, Juan March Ordinas, fundador de la saga, me ha aportado una aprensión creciente sobre la influencia de la mitología en los historiadores.
Juan March (Mallorca 1880-Madrid 1962), fue un enorme emprendedor, un hombre inteligente, trabajador y ambicioso que llegó a acumular una fortuna inmensa basada en el contrabando y en el soborno (compra salvaje o sagaz componenda en favor de los intereses económicos del magnate) de todo tipo de autoridades y jerarquías. A través de la compra de la naviera Isleña Marítima -mediante falsas promesas a los vendedores- consiguió en 1920 entrar en el accionariado de Trasmediterránea, naviera de la que llegó en poco tiempo a ser el máximo accionista. Trasmediterránea había sido fundada en noviembre de 1916 mediante escritura protocolizada en Barcelona, el día 25, por el notario Sasot. Dómine y Anastasio fueron sus artífices y quienes convencieron a Sister, Peset y Tintoré, entre otros armadores, para que se sumaran al proyecto.
La vida de Juan March, a diferencia de Ernesto Anastasio y de José Juan Dómine, dispone de una amplia bibliografía, una buena parte hagiográfica y mitificadora del personaje, del que se destacan sus gracias, sus frases solemnes, sus ocurrencias y, por supuesto, su incuestionable éxito en la obsesión de ser el más rico del cementerio, cueste lo que cueste. La última biografía de March la escribió Mercedes Cabrera Calvo-Sotelo (Juan March, 1880-1962) en 2011. Una biografía que, para aureolar al personaje, menosprecia a cuantos le trataron, incluidos Anastasio y Dómine, a quienes la señora Cabrera despacha con un displicente eran hombres de Juan March. Una afirmación carente de sentido, falsa por tanto, como lo demuestra la historia de la creación de Campsa, el monopolio de la distribución de todo tipo de derivados del petróleo, un negocio fabuloso, el gran negocio del siglo, que Anastasio y Dómine le hurtaron a Juan March. La propia historia de Trasmediterránea, que tantos autores hacen girar alegremente en torno a March, demuestra que Dómine y Anastasio no sintieron por él mucha simpatía, y que en contrapartida, March fulminó a Anastasio de la dirección de la naviera, en 1927, tras el episodio de Campsa, aunque luego, en 1932, cuando vio la naviera en peligro por la acción de la República contra él, tuviera que ofrecerle la presidencia de Trasmediterránea para salvarla; e intentó lo mismo con Dómine, apuntalado in extremis por el monarca y el Gobierno.
DE HISTORIADORES E HISTORIADORAS
Mercedes Cabrera pasa de puntillas sobre la creación de Campsa y atribuye el fracaso de March -presente en la oferta que presentó Trasmediterránea, propietaria de Petróleos Porto Pí, junto a las representantes de los grandes dominadores del petróleo, la Shell y la Estándar Oil- a la tesis oficial de que su propuesta no se atenía a las condiciones impuestas para la licitación, una razón muy poco consistente si se analiza la realidad del concurso y el interés de March en el negocio. El concurso para la adjudicación del Monopolio se lo llevó un consorcio de 41 bancos “nacionales”, aglutinados por Dómine y Anastasio en contra de los intereses de March. Dómine era presidente y Anastasio director de Trasmediterránea, una empresa de la que March era el principal accionista. Juan March les tachó de traidores y, en puridad, hay que reconocer que en efecto trabajaron en contra de los intereses del millonario para mejor servir los designios de Alfonso XIII y de su ministro de Hacienda José Calvo Sotelo. Sin embargo, Mercedes Cabrera insiste: eran “dos hombres de Juan March” (capítulo “Negocios y petróleos”, página 427 de 1293 en la edición digital de la obra).
Más recientemente, he podido leer el libro firmado por Carlos Mármol y José María Rondón, con prólogo de Gabriel Tortella, “Hombres de fortuna. Doce relatos sobre hacedores de empresas”, Ediciones Pirámide, 2019, uno de cuyos capítulos está dedicado a Juan March, “el hombre sin límites”. Al hablar de Campsa, Carlos Mármol afirma que March salió ganador a la postre, aunque perdiera el concurso. Una curiosa afirmación que demuestra un serio desconocimiento de la historia y que nunca leyó los artículos de Ceballos Teresí, en El Financiero, durante los primeros meses de 1930, una lectura imprescindible para conocer los negocios petroleros y el interés nacional.
Prima la mitología alrededor de Juan March Ordinas sobre la investigación rigurosa de sus andanzas. De ahí que Anastasio y Dómine salgan menospreciados, o directamente ignorados, cuando los historiadores y las historiadoras abordan la Compañía Trasmediterránea, a la que aluden como obra y empresa de March; y cuando abordan el fracaso del millonario mallorquín para hacerse con el control de la distribución de productos petrolíferos en España. En ambos casos, bien documentado está que fueron Dómine y Anastasio los hacedores y que March no jugó ningún papel en la fundación de Trasmediterránea y que perdió la Campsa porque Anastasio, en cuyas manos estaba la única empresa española del ramo, Petróleos Porto Pi, fue leal a Dómine y al Gobierno y, sin duda, más listo que March.
Habrá que escribir sin falta la biografía de José Juan Dómine a fin de completar el trabajo iniciado con la biografía de Ernesto Anastasio Pascual.